sábado, 23 de junio de 2012

La Taberna



Lo poco que quedaba de sol hacía malabares para no desaparecer, luchaba a capa y espada con el horizonte que, naturalmente hábil, lo succionaba volviendo inútil cualquier otro desenlace. La luna ya podía divisarse en lo alto.
Con las botas raspando sobre el tapete de la entrada, Marcos encendía un cigarrillo y se quitaba el barro antes de infiltrarse en la taberna. En ese preciso momento, alguien que intentaba ingresar en el establecimiento chocó su hombro haciéndole tambalear, por hallarse concentrado en evitar que el viento del oeste le apague el quinto cerillo. Escupiendo un insulto a regañadientes miró hacia su derecha pero el hombre ya había entrado.
Finalmente pudo encender el cigarrillo y luego de una larga pitada empujó la puerta de madera y se metió.
Adentro, todos yacían muertos.
Un ventilador a media máquina revolvía el hedor, pero no era lo suficientemente fuerte para persuadir a las moscas en su fina tarea de viajar de cadáver en cadáver. En un breve paneo del entorno, Marcos logró ver muchas caras conocidas. Su cabeza comenzó  a vomitar miles y miles de recuerdos; todo lo que él conocía estaba allí.
Desde ese instante, se oyeron los últimos dos sonidos en el pueblo. El primero, en realidad fue una sucesión, casi una melodía ya que el disparo había sido tan rápido y certero que se fundió con el ruido del cráneo partiéndose a la mitad, dejando brotar la sangre. El segundo sonido, fue el suave cavilar del difunto.
“yo sólo venía por un trago”.


domingo, 17 de junio de 2012

el Ombligo

Hola, me llamo Zum. Me gustaría decirte algo. No quiero que pienses que puedes dominar todo lo que te rodea. Tal vez algunas cosas, pero nunca lograrás abarcarlas en todos sus aspectos.  Existe la mutación. Mutación como sinónimo de perfeccionamiento, de superación. Pero, ¿a vos qué puede eso importarte? No sabes nada al respecto. Eres tan ciego que ni siquiera te preguntas porqué soy de color violeta y mis orejas son del tamaño de tus manos. Simplemente te rascas ese bendito ombligo con la sonrisa del sádico. Lo lastimas y eso te genera placer. Conoces las miradas curiosas, disfrutas de su presencia, porque tu ser se alimenta de ellas. De lo contrario,  se comería a sí mismo; sabe que en el fondo se detesta, pero el asco será siempre dirigido hacia otro, mientras haya otro.  Qué pasará cuando te quedes solo. Yo sé. Pero no sé si deba decírtelo. ¡Que va! Nunca caerás en cuenta tu mismo. Crees saberlo todo y, a decir verdad, tienes razón. Sólo hay una cosa que no sabes y es, precisamente lo que acabo de preguntarte. Eres un cerebro para resolver ecuaciones, decidir sobre la vida de los demás o hacer un pastel de chocolate, pero no tienes ni la más remota noción de lo que harás cuando te quedes solo. Y eso es lo más importante. Si quieres que te lo diga, te lo digo. Imagínate la situación. Trata por una vez de ir más allá de ese ombligo al que sueles acariciar con tanta dedicación, e imagínate solo, completamente solo. Toda la ciudad para vos. Todos los autos, las joyas y las habitaciones de los hoteles cinco estrellas; absolutamente todo. Parece que la situación no podría ser más magnífica, no crees. Todo, y es tuyo. Tú me dirás, pero yo ya poseo todo eso. Tengo los autos que quiero, soy dueño de hoteles de lujo alrededor del mundo y las tortas…prefiero que alguien las haga por mí. Espero que me dejes hacerte otra pregunta. Si en ambas circunstancias tu situación es la misma, cuál crees que sea la diferencia. Y a este punto quería llegar. Porque eso es lo que responde a mi interrogación inicial. En tu vida normal lo tienes todo, pero nada sería relevante sin aquellas miradas. Ahora, en el caso hipotético que he puesto frente a tus ojos, no existen las miradas del otro. Sólo la tuya observándose a sí misma. Entonces, ¿qué harán tus manos cuando no haya bolsillos ajenos? Yo te lo diré: se quebrarán los dedos hasta que la carne se desgarre y tus huesos la atraviesen como una fina seda. ¿Qué harán tus pies para saciar la sed de no tener algo debajo? Se pisarán el uno al otro hasta que no quede rastro de movimiento. ¿Qué harán tus rodillas cuando no tengan pies que las sostengan? Caerán al suelo y se ahogarán en una sensación completamente nueva que las sumirá en la locura esquizofrénica: la sensación de estar arrodillado. ¿Qué hará tu cabeza cuando se dé cuenta de que toda la basura que emana de tu boca entra por los agujeros del costado y retumba en las sienes logrando finalmente una explosión que esparcirá tu vacío por doquier? Pero nada de todo esto realmente importa. Todavía tienes a tu ombligo. Sin embargo, mi querido amigo, temo decirte que tu ombligo….es mudo. Gritará con todas sus fuerzas, pero será el triste pino que cae en el bosque, solitario. Y cuando las fuerzas se hayan agotado, llegará a la conclusión de que no hay nada más, y querrá matarse. Pero eso, es imposible sin manos que tomen un revólver, ni pies que salten al precipicio. Eso es todo. No habrá autos ni joyas, ni siquiera personas que pueden arrancar ese amargo sentimiento de tu pecho: el de querer morir.


Summer - girse.



Ayer vivía el futuro. Anteayer, el pasado. Mañana; no sé. Eso es lo que me agrada. Muchos preguntan: ¿y qué harás mientras tanto? Mientras tanto voy a hacer lo que más me gusta.



martes, 12 de junio de 2012

Hacia arriba



Ayer iba caminando por la vereda y llevaba la vista bien alto. Intentaba abarcar los enormes edificios que se alzaban uno al lado del otro. Tan alto posé mis ojos que al torcer mi cuello llegué a sentir ciertos mareos. No eran desagradables, sino que todo lo contrario. Me detuve porque la visión se me había nublado y quería divisar una torre muy puntiaguda. Todo mi cuerpo, sin darme cuenta la estaba imitando. Con una rigidez plenamente concentrada en no caer. Ambas torres, con una diferencia de unos setenta metros, idénticas.
De repente mi torre se vio amenazada. Un extraño golpe proveniente vaya a saber de dónde fue a ensartarse justo en la parte media. El temblor no fue insignificante. Estuve a punto de desfallecer pero logré recuperarme. Incliné mi cuello hacia la base y bajé la vista. Era otra torre. A ella el tropiezo no la había inmutado. Los dos quedamos frente a frente, pero él no me miraba ya que tenía sus ojos clavados en el suelo. Sin disculpa alguna, oí su voz:
-Si dejaras de mirar tanto hacia arriba te darías cuenta de que los ratones se están comiendo tus pies.

lunes, 11 de junio de 2012

Conversaciones con Ella -episodio 2-



¡¿Qué demonios hace ese tipo allá arriba?! ¡¿Cómo hizo para llegar?! ¡No hay nieve, es todo piedra! ¡No entiendo cómo hará para salir de ahí!
                El sol arremetía desde atrás dejando a la figura en sombra. Sólo el contorno denunciaba la altura y el porte, que a la distancia se distorsionaban dándole mayor suspenso a la cuestión.
Había algo en todo eso o debería decir mejor, había un todo en ese algo. Yo no podía dejar de mirar. La silla que me cargaba cumplía con su trabajo de sacarme de allí, pero mis ojos, mi mente y mi cuerpo no se rendían, sino que giraban hasta doler con el propósito de no perder de vista tal escena. Claro, la potencialidad era grande y por ende, hipnotizante.
No me quedaba tiempo. A medida que me alejaba sentía que me perdería de algo. No había mucho que hacer. La vista se me nublaría hasta dejar de reconocer formas en la inmensidad. Todo estaba demasiado quieto.
                Una fuerte y helada brisa que venía de la cima me golpeó la nuca y pasó de largo, pero no sin antes silbarme en un oído que siguiera atento. La corriente siguió viajando hasta que finalmente se detuvo ante la silueta. A pesar de que mis ojos se encontraban secos por el tiempo que habían permanecido abiertos, hubo algo que les devolvió el agua necesaria para seguir mirando. Como la lluvia que cae luego de una larga sequía para brindarle una bocanada de aire fresco a la cosecha.
Era el baile más hermoso que jamás haya presenciado. La montaña en forma de brisa hizo que el ave de metro y medio agitara sus alas.
Es el día de hoy que me sigo preguntando acerca de la claridad con la que pude ver ese aire en movimiento.

Conversaciones con Ella -episodio 1-



Escucho una voz que no parece la mía. Mis labios se quedan tiesos conscientes de que lo que sale de adentro no es más que helado vapor. El sonido tampoco llega de las entrañas, y esta rara sensación provoca leves temblores en los dedos de una mano que no acusa la protección de su guante. Miro hacia mi derecha pero en la silla no hay nadie más; a mi izquierda, el vacío.
Entonces, ¿de dónde proviene aquel murmullo? Mis ojos, alterados por encontrar responsable, se cierran al darse cuenta de que la tarea no será fácil. En el preciso instante en que se apagan, la voz comienza a hacerse más y más clara. Transforma la gravedad de su tono por un susurro tan nítido como el manto que la cubre en la mañana siguiente a una fuerte nevada. Las palabras se hacen imagen pero no hacen falta ojos, sino que se proyectan en mi cabeza debido a que mis parpados dejan traslucir la luz del sol, tenue, firme.
-Por si aun no te has percatado, soy la montaña. Aquí las cosas son diferentes. Ellos nunca se darán cuenta y es por eso que te hablo a ti. Tal vez me equivoque, pero mi intuición me dice que no eres igual a los demás.
Pero todavía no lo sabes.

LAX

Son las 5 de la mañana en Los Ángeles. Otro aeropuerto. Otra gente. Caras de sueño. Yo en cambio me siento bastante despierto. Será que los aeropuertos me mantienen algo excitado. Quizás sea porque no acostumbro a visitarlos, tal vez porque me recuerda a viajes del pasado. Todas estas personas parecen formar parte de este paisaje. Es cómico. La música que se transmite por el altoparlante me ayuda a pensar  que me encuentro en una obra de teatro. Hay miradas cómplices, algunas risas pero sobre todo movimientos en cámara lenta. Creo que entonces debería decir que pareciera más una película. Sí, una película en blanco y negro, con música clásica de fondo y personajes de lo más expresivos. Cada uno tiene algo que contar. Una historia. Tal vez una simple anécdota, la que lo trajo aquí. Pero algo al fin. Más allá un diario nos cuenta que pasa en el afuera, donde se divisan una luces amarillentas que le dan un aspecto pintoresco a la ciudad. El ruido de paquetes de comida se sincroniza a la perfección con la melodía del lugar. Hay ojos que se cierran y otros que intentan abrirse, por temor a perder el vuelo que los llevará de regreso al hogar. Sin embargo, vuelven a cerrarse, porque en el preciso momento entre la vigilia y el sueño, el hombre suele abandonar su instinto más preciado: el de supervivencia. Notarán que cuando alguien se encuentra en dicho tramo, se vuelve totalmente indefenso. Aquí hay muchos de esos. Pero también hay muchos de los que están adentrados en el tema este de acampar en una terminal. Al rugir del micrófono que anuncia los vuelos, saltan de sus butacas, toman sus maletas, y en seguida se acercan hacia la puerta de embarque. También están los perezosos, que se toman su tiempo, estiran los brazos y las piernas siempre con el cuidado de no hacer tropezar a algún distraído que pasa por allí, tratando de develar qué diantres significan las letras y números de su boleto. Será la hora? El asiento? O el número de vuelo?  Claro, esos son los que no suelen perder sus vuelos. Ya que dos horas antes de la partida preguntan en el mostrador y luego de conseguir la información esperada, se instalan a sólo unos metros y entrecruzan miradas con la encargada del abordaje, como esperando un guiño de ojo, o la clave secreta hacia el despegue.
Ahora me pregunto. Está claro que esta música es hermosa, uno de repente se siente caminando por  antiguas callejuelas de Europa, al son de las carretas y las aguas danzantes. Pero, por otro lado pienso y creo no equivocarme, por lo que acabo de decir, que es una música que invita a soñar. Y si invita a soñar, también quiere decir que invita a dormir. Y si invita a dormir, quiere decir que invita a perderse aviones. Y es aquí donde formulo mi inquietud: no será un complot de las aerolíneas para que los pasajeros pierdan sus aviones y a causa de eso deban pagar la tasa estimada por cambio de boleto, que, por propia experiencia, no es nada baja. Es decir, no quiero que piensen que porque me sucedió a mí, entonces ahora yo me pongo en el lugar del justiciero de los soñadores de aeropuerto y enarbolo la bandera de su causa. Creo que me da igual, por mí pueden invernar aquí. De hecho me resultan graciosas sus caras de sueño, sus bostezos y la pantomima del proceso. Y además, mi problema no se debió a un asunto de almohadas sino al hecho de creerme una persona demasiado confiada en sí misma y pensar  que frenarían el avión forzosamente para que yo sentara mi trasero en él. Lógicamente eso no ocurrió, por lo tanto debí quedarme un día más en donde me encontraba; creo que no es conveniente develar la locación. Pero eso no me irritaba en absoluto, lo que me descolocó un poco fue cuando la señorita de uniforme aloha, diablos!, me dijo que iba a tener que abonar una suma que no estaba en mis planes, viajara al día siguiente o dentro de dos años y medio. Es decir, si quería regresar a mi país, no me quedaba otra que agachar la cabeza, pero que quede claro que esa acción nada tiene que ver con la pérdida de mi dignidad, sino que tuve que agacharme porque el dinero estaba dentro de mi mochila que se encontraba entre mis piernas. Creo que ese truco lo aprendí de donde vengo.
Bueno, pienso que es todo por ahora. En este momento me encuentro en otro aeropuerto, ya pasó el mediodía y lógicamente las caras son otras. Ya no me siento tan excitado. Es el tercer aeropuerto que piso en un día…bueno en realidad no estoy tan seguro de cuántos días llevo viajando. Benditos husos horarios! Si miro mi muñeca tengo una hora, mi computadora marca otra, el reloj de pared una distinta, y mi estómago la que le conviene. Pero no sólo la luz que entra por las ventanas me dice que es la tarde. Ya no hay rostros de sueño. Aquí nadie tendrá que pagar un extra, que de extra tiene poco ya que puede convertirse en un gran porcentaje del total del ticket!  No hay música para ángeles, sólo ruido de gente pasando y una radio que cada vez que se enciende pareciera provocar turbulencia a los aviones estacionados. Todos se encuentran bien despiertos. No hay temor ni pesadillas. Tal vez sea su primer vuelo, están exaltados como yo lo estaba horas atrás o… ¿debería decir, días? Repito: mis ansias han bajado abruptamente. Sólo espero no ser el maldito conejillo de indias de las compañías aéreas.