Escucho una voz que no parece la mía. Mis labios se quedan tiesos conscientes de que lo que sale de adentro no es más que helado vapor. El sonido tampoco llega de las entrañas, y esta rara sensación provoca leves temblores en los dedos de una mano que no acusa la protección de su guante. Miro hacia mi derecha pero en la silla no hay nadie más; a mi izquierda, el vacío.
Entonces, ¿de dónde proviene aquel murmullo? Mis ojos, alterados por encontrar responsable, se cierran al darse cuenta de que la tarea no será fácil. En el preciso instante en que se apagan, la voz comienza a hacerse más y más clara. Transforma la gravedad de su tono por un susurro tan nítido como el manto que la cubre en la mañana siguiente a una fuerte nevada. Las palabras se hacen imagen pero no hacen falta ojos, sino que se proyectan en mi cabeza debido a que mis parpados dejan traslucir la luz del sol, tenue, firme.
-Por si aun no te has percatado, soy la montaña. Aquí las cosas son diferentes. Ellos nunca se darán cuenta y es por eso que te hablo a ti. Tal vez me equivoque, pero mi intuición me dice que no eres igual a los demás.
Pero todavía no lo sabes.
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