lunes, 11 de junio de 2012

LAX

Son las 5 de la mañana en Los Ángeles. Otro aeropuerto. Otra gente. Caras de sueño. Yo en cambio me siento bastante despierto. Será que los aeropuertos me mantienen algo excitado. Quizás sea porque no acostumbro a visitarlos, tal vez porque me recuerda a viajes del pasado. Todas estas personas parecen formar parte de este paisaje. Es cómico. La música que se transmite por el altoparlante me ayuda a pensar  que me encuentro en una obra de teatro. Hay miradas cómplices, algunas risas pero sobre todo movimientos en cámara lenta. Creo que entonces debería decir que pareciera más una película. Sí, una película en blanco y negro, con música clásica de fondo y personajes de lo más expresivos. Cada uno tiene algo que contar. Una historia. Tal vez una simple anécdota, la que lo trajo aquí. Pero algo al fin. Más allá un diario nos cuenta que pasa en el afuera, donde se divisan una luces amarillentas que le dan un aspecto pintoresco a la ciudad. El ruido de paquetes de comida se sincroniza a la perfección con la melodía del lugar. Hay ojos que se cierran y otros que intentan abrirse, por temor a perder el vuelo que los llevará de regreso al hogar. Sin embargo, vuelven a cerrarse, porque en el preciso momento entre la vigilia y el sueño, el hombre suele abandonar su instinto más preciado: el de supervivencia. Notarán que cuando alguien se encuentra en dicho tramo, se vuelve totalmente indefenso. Aquí hay muchos de esos. Pero también hay muchos de los que están adentrados en el tema este de acampar en una terminal. Al rugir del micrófono que anuncia los vuelos, saltan de sus butacas, toman sus maletas, y en seguida se acercan hacia la puerta de embarque. También están los perezosos, que se toman su tiempo, estiran los brazos y las piernas siempre con el cuidado de no hacer tropezar a algún distraído que pasa por allí, tratando de develar qué diantres significan las letras y números de su boleto. Será la hora? El asiento? O el número de vuelo?  Claro, esos son los que no suelen perder sus vuelos. Ya que dos horas antes de la partida preguntan en el mostrador y luego de conseguir la información esperada, se instalan a sólo unos metros y entrecruzan miradas con la encargada del abordaje, como esperando un guiño de ojo, o la clave secreta hacia el despegue.
Ahora me pregunto. Está claro que esta música es hermosa, uno de repente se siente caminando por  antiguas callejuelas de Europa, al son de las carretas y las aguas danzantes. Pero, por otro lado pienso y creo no equivocarme, por lo que acabo de decir, que es una música que invita a soñar. Y si invita a soñar, también quiere decir que invita a dormir. Y si invita a dormir, quiere decir que invita a perderse aviones. Y es aquí donde formulo mi inquietud: no será un complot de las aerolíneas para que los pasajeros pierdan sus aviones y a causa de eso deban pagar la tasa estimada por cambio de boleto, que, por propia experiencia, no es nada baja. Es decir, no quiero que piensen que porque me sucedió a mí, entonces ahora yo me pongo en el lugar del justiciero de los soñadores de aeropuerto y enarbolo la bandera de su causa. Creo que me da igual, por mí pueden invernar aquí. De hecho me resultan graciosas sus caras de sueño, sus bostezos y la pantomima del proceso. Y además, mi problema no se debió a un asunto de almohadas sino al hecho de creerme una persona demasiado confiada en sí misma y pensar  que frenarían el avión forzosamente para que yo sentara mi trasero en él. Lógicamente eso no ocurrió, por lo tanto debí quedarme un día más en donde me encontraba; creo que no es conveniente develar la locación. Pero eso no me irritaba en absoluto, lo que me descolocó un poco fue cuando la señorita de uniforme aloha, diablos!, me dijo que iba a tener que abonar una suma que no estaba en mis planes, viajara al día siguiente o dentro de dos años y medio. Es decir, si quería regresar a mi país, no me quedaba otra que agachar la cabeza, pero que quede claro que esa acción nada tiene que ver con la pérdida de mi dignidad, sino que tuve que agacharme porque el dinero estaba dentro de mi mochila que se encontraba entre mis piernas. Creo que ese truco lo aprendí de donde vengo.
Bueno, pienso que es todo por ahora. En este momento me encuentro en otro aeropuerto, ya pasó el mediodía y lógicamente las caras son otras. Ya no me siento tan excitado. Es el tercer aeropuerto que piso en un día…bueno en realidad no estoy tan seguro de cuántos días llevo viajando. Benditos husos horarios! Si miro mi muñeca tengo una hora, mi computadora marca otra, el reloj de pared una distinta, y mi estómago la que le conviene. Pero no sólo la luz que entra por las ventanas me dice que es la tarde. Ya no hay rostros de sueño. Aquí nadie tendrá que pagar un extra, que de extra tiene poco ya que puede convertirse en un gran porcentaje del total del ticket!  No hay música para ángeles, sólo ruido de gente pasando y una radio que cada vez que se enciende pareciera provocar turbulencia a los aviones estacionados. Todos se encuentran bien despiertos. No hay temor ni pesadillas. Tal vez sea su primer vuelo, están exaltados como yo lo estaba horas atrás o… ¿debería decir, días? Repito: mis ansias han bajado abruptamente. Sólo espero no ser el maldito conejillo de indias de las compañías aéreas.

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